La belleza y la moral en El Príncipe Feliz de Oscar Wilde
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Durante la época victoriana el esteticismo, afirmando que se debe hacer «arte por el arte», se establece firmemente. Oscar Wilde es uno de sus exponentes y una de las mejores introducciones es su relato corto «El Príncipe Feliz». El protagonista, que lleva el mismo nombre del cuento, es simplemente una estatua decorativa, el objeto con el que Oscar Wilde va a explorar la relación entre el objeto artístico y su uso. Es así que ese valor puramente decorativo se va a poner en duda cuando el cuento expone el lado oscuro de la sociedad y su obsesión por la belleza. De manera muy contemporánea, el cuento relata cómo la pobreza extrema y la desigualdad social son requisitos para sostener los estilos de vida decadentes de aquellos que forman parte de la élite de la sociedad. El tono moralista que toma el relato es propio de los victorianos, pero al mismo tiempo es una crítica a la sociedad de la época en la que el relato fue escrito y no ha perdido en actualidad.
La descripción inicial del príncipe se basa en su belleza estética: está cubierto de oro, sus ojos son dos zafiros y su espada posee un gran rubí. Es interesante notar que la palabra «cubierto» ya habla de su superficialidad, la estatua no está hecha de oro puro. La misma lógica se revela en su nombre, el Príncipe «Feliz» está en realidad llorando cuando Golondrina lo conoce. Tanto el oro como su nombre son formas de esconder la realidad. Cuando el príncipe describe su infancia a Golondrina, le cuenta sobre el «Palacio de Sans-Souci», donde vivía, y donde la tristeza no estaba autorizada a entrar, donde todo era «hermoso». El príncipe era llamado «feliz» porque la sociedad identificaba el placer con la felicidad. El autor ya indica que una felicidad más alta, y menos estética, puede ser encontrada. Como lo señala el relato:
Alrededor del jardín había un muro muy alto, pero nunca me preocupé de preguntar qué había más allá, todo lo que me rodeaba era tan hermoso. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz, y feliz era, si el placer es la felicidad.
La felicidad que el príncipe sintió en su juventud tenía su base en la ignorancia. Al morir se convierte en una estatua —de alguna manera la consciencia sigue en él— que es colocada en lo alto de la ciudad, desde donde él puede ver la gran fealdad y miseria de la ciudad; y aún si el corazón es de plomo la única reacción posible es el llanto. El tema principal del relato ya está así expuesto, la ciudad era hermosa cuando estaba oculta por las altas murallas, cuando el sufrimiento había sido escondido.
La acción se desarrolla cuando el Príncipe ve en varias ocasiones a alguien que sufre por su pobreza, pero a la vez, estas personas, están liadas a un objeto de belleza. La costurera que vive en la extrema pobreza está bordando flores de la pasión para una de las damas de honor de la corte y sin embargo, lo que le pagan por ello, no alcanza para vivir; su hijo, enfermo y en cama, pide naranjas y sólo obtiene agua del río; mostrando como los objetos bellos no están destinados a ellos. El bien de lujo que produce la costurera no es para ella (no es la costurera la que se vestirá con ese vestido y asistirá el baile de la Reina) y no puede producir un cambio en su situación económica o pagar un médico para su hijo.
Otro ejemplo similar es el del escritor, tratando de terminar una obra para un director de teatro, pero ya no puede continuar debido al frío y al hambre, que le han hecho desfallecer. El arte y la cultura de la sociedad claramente no tienen una base sustentable. Esta es la misma gente que había construido la felicidad del príncipe cuando estaba en vida.
Y sin embargo, Oscar Wilde no está abogando por una abolición de la belleza y su reemplazo por la justicia social; la tesis de su relato es la crítica en la fijación de una sociedad por la belleza exterior. Cuando el príncipe se despoja de su belleza exterior, el oro y las joyas, y ayuda a los pobres, está redistribuyendo su riqueza y a la vez encontrando un consuelo a su tristeza y culpa.
Es notable que la grandeza atribuida a las joyas no es vista universalmente, lo importante en ellas parece ser su utilidad. Cuando el escritor encuentra el zafiro sobre su escritorio no piensa en el origen o en sus cualidades, sino que lo toma como apreciación por su obra y su trabajo. La niña que vende fósforos y recibe una joya piensa que es un «bonito trozo de cristal». Por más hermosas que las joyas puedan ser su verdadero valor está en la forma en que darán calor y comida al escritor (quién podrá así producir obras de arte) o protegerán a la niña de los golpes de su padre.
En el corolario es la parte más fea de la estatua, el corazón de plomo, la que es colocada en el puesto más alto. La estatua, despojada de su oro y sus joyas, es «poco mejor que un mendigo», como dicen los Concejales, y el Profesor de Arte de la Universidad dirá que «como ya no es bello, ya no es útil». En definitiva todos confirman la opinión de las clases privilegiadas que la belleza exterior es lo que imbuye una cosa de su valor.
Cuando el corazón, la parte más fea de la estatua, no se funde es tirado a la basura junto al cuerpo de Golondrina, que ha muerto de frío. La forma en que el corazón se resiste a fundir muestra la duración de lo que verdaderamente vale. En un giro propiamente victoriano eso será reconocido en el más allá. El penúltimo párrafo del relato dice
«Tráeme las dos cosas más preciosas de la ciudad», dijo Dios a uno de sus ángeles; y el ángel le trajo el corazón de plomo y el pájaro muerto.
La conclusión muestra así, una vez más, que la belleza superficial no perdura ni tiene verdadero valor, y que la fealdad puede tener una belleza inherente y perpetua.
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